lunes, 17 de diciembre de 2007

Cargaba su mochila de destierros.
Intentaba descolgar el sol con su mirada.
Acariciar el viento con las alas, pesadas, de su espalda.
De vez en cuando mojaba sus mejillas desérticas,
asoladas, con una lágrima.
También de vez en cuando pintaba en su rostro
una mueca parecida a la sonriza,
aunque, entonces, sus ojos no miraban.
Otras veces deseaba
escuchar las voces de otros... de otros...
de otros...
Pero nada.
Cuando lograba acomodar
su mente, sus ojos recorrían
las paredes blancas,
sin cuadros, de una
desvencijada
habitación, cualquiera,
del hospicio en la calle Moreno.

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